Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Los Albertos se libran de la cárcel pero otros no tienen tanta suerte y acaban en el talego porque no tienen amigos de cacería. En la cárcel de Palma han pillado in fraganti a un funcionario de prisiones mientras le hacía una felación a un interno, (un asunto de ?felaciones internas?). Si absurdo fue el momento en el que sorprendieron a uno con la bragueta a media hasta, y al otro de rodillas por sus penitencias, peor es la conclusión oficial. Dice Instituciones Penitenciarias que abrirá un expediente para aclarar los hechos cuando sería mucho mejor que abriera un expediente para ?limpiar? los hechos.
El conde de Montecristo sabía que cuando las ganas de redimir aprietan ni la honra del funcionario se respeta. Porque todo tiene su explicación: si por trabajar en el taller de la prisión te reducen días, ¿cuántos por hacértelo con el doberman que te vigila? Estamos ante un paso más allá del síndrome de Estocolmo, es el síndrome de La Veneno, aquel que se define por sentir atracción erótica por un cuerpo que en otra ocasión podría parecer repugnante. ¡?Qué pena de pene?! debió pensar la funcionaria que se encontró el chup-chup.
Los Albertos pueden sudar frío pensando de la que se han librado, de la furia erótica de un penal. Entre los muros de una prisión a la que llega el influjo de las mareas y de la luna llena, hay más erotismo que en un catálogo de lencería de los que miran en las Cortes Valencianas. Que no hay condena mayor que tener el cuerpo dentro de su cárcel, eso no; libertad para todos los miembros sin distinción.
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