El vecino ajusticiado

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

No hay repique de campanas en la plaza de las Salesas, pero Los Albertos salen de allí como novios recién casados que tienen «toda la vida por delante», hasta se quitan el arroz de las hombreras con la felicidad de unos tortolitos. El Tribunal Supremo les ha regalado una absolución dotada de más valor que una bula de las que otorga el Papa. Veintidós años después, y tras haberlos sentenciado por estafa y falsedad en documento mercantil, los primos se piran de rositas sin cumplir la condena de cárcel que tenían pendiente. Los Albertos, que son cazadores, se han cobrado la cabeza de la Justicia como pieza principal para exhibir en la galería de trofeos.
Ya le gustaría decir lo mismo a Jesús Otero, septuagenario jubilado madrileño, al que han condenado a un año de cárcel y a multa de 4.000 euros por destrozar uno de los parquímetros de Gallardón. Otero formó parte del movimiento vecinal de cabreados e indignados ante los cacharros que florecieron en las aceras de Carabanchel Alto, (movimiento que tuvo igual respuesta en el Barrio del Pilar). No fue el único que participó en la revuelta civil, hubo otros que hasta pusieron su cara ante las cámaras de televisión, pero si es el único al que han condenado por el tumulto. Con el diccionario Aído en la mano, (ése que admite el término «miembra», se podría decir que Jesús Otero ha sido «aparkizado» del todo). Le han dado con la ira de los tribunales, una condena ejemplar para que nadie más ose arañar uno de esos horrorosos muebles urbanos en forma de menhir cúbico pero con vocación de hucha urbana. Esos mismos que, estos días, están forrados de precintos de huelga y fuera de uso, (para notable cabreo del residente que ha pagado una tarjeta que no le sirve para aparcar donde le habían prometido). Jesús Otero es el cabeza de turco en este reino de cristianos.

Lo que le ha pasado a este vecino es como si los franceses hubieran ganado la Guerra de la Independencia y hubieran condenado a los herederos de Daoíz y Velarde a pagar los destrozos en la muralla del cuartel de Monteleón. Pero no en todas las batallas ganan los buenos. Es una desmesura municipal tan sobredimensionada como cierta, le han dado con toda la sentencia en los tobillos para que no se levante. Está comprobado que sale más caro romper una hucha de Ruiz-Gallardón que estafar a los socios del caso Urbanor, que además no podrán reclamar indemnización alguna. Para la siguiente ya sabe lo que tiene que hacer el jubilado de los carabancheles: llamar a Los Albertos y seguro que lo de los parquímetros se resuelve, y desaparecen, como «si fuera un accidente».

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