La sinfónica de la vuvuzela

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Existe una norma no escrita que asegura que cuando usted desee descansar bajo una encina aparecerá un monitor de motocross enseñando a sus alumnos cómo hacer el caballito. Esa misma norma tiene una derivada: las ideas tontas son contagiosas y no tienen vuelta atrás.
Este verano será el de las vuvuzelas, no habrá playa, piscina, o patio de comunidad, sin un adolescente armado de su correspondiente trompetilla zulú, nadie le pedirá la licencia de armas pero sería para tenerlo en cuenta por lo que supone de “destrucción masiva” de la paz común. Tal cuál como si fueran elefantes que se saludan los de la vuvuzela se reconocerán entre ellos dando bufidos cargados de decibelios que romperán nuestras meninges y quién sabe qué otros efectos secundarios tendrá su exposición durante largo tiempo. El grado de penetración acústica de una de esas trompetillas es casi tan profundo como la aguja que orada un pozo de petróleo en alta mar; por los laberintos de la trompa de Eustaquio se pierden unos ruidos infernales contra los que no cabe recurso de amparo. Uno empieza a echar en falta aquellas canciones del verano que eran tontas de letra y simples de melodía pero que, al menos se les podía sacar una rima diferente, (y hasta marcarse un baile de verbena que son tan recomendables entre los catedráticos de La Sorbona). En cambio con la vuvuzela el ruido es el mensaje, no se sabe qué quiere decir el que las sopla pero te consta que lo quiere expresar y en tono muy alto. En cierto sentido la sociedad de la comunicación es, hoy, una gran vuvuzela en la que cuenta más el ruido que el fondo; da igual lo que se diga porque lo importante es molestar a cuántas más personas mejor. Las tardes de las televisiones están llenas de “vuvuzelas” y de “vuvuzelos” que no hacen más que dar la lata con sus cuitas absurdas pero muy rentables en audiencia. Si les quitas la trompetilla y les haces hablar apenas tienen nada que contar.
Aquí quisiera ver al santo Job si le hubieran reventado la siesta con la matraca zulú que amenaza con quedarse. Sabido es que las costumbres se superan cuando llega otra peor, así que las vuvuzelas se quedarán un tiempo en nuestro entorno, además son muy baratas y tampoco hace falta ir al conservatorio para sacarles un mi sostenido, (más bien será un “contra-mi” insostenible). Es verdad que llevados por la ira invitan a realizar con ellas una colonoscopia a su usuario, pero no perdamos las formas, pensemos que es un ruido pasajero, una avispa que nos sobrevuela tan sólo un momento. Hagamos como los zulúes, pongamos cara de que no las hemos oído.

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