Adopte una ruina

(“LA GACETA DE SALAMANCA“, domingo 9 de febrero 2014)

Parece que los símbolos de los años de la opulencia se resquebrajan cuando no se parten o de su tejado salen volando unas placas de metal como ha pasado en el aeropuerto de Bilbao. Lo de Bilbao se lo podemos anotar a Calatrava igual que el descascarillado de la Ciudad de las Artes de Valencia. Más al sur, en Marbella, uno de los dos arcos que erigió el alcalde Gil se deshace. Obras que hasta aquí podían llegar, es la metáfora perversa de aquellos años en los que el ladrillo y el hormigón eran pura alegría.
Nos hicieron creer que esas obras estaban hechas para durar más que un acueducto romano y no han soportado veinte años con sus correspondientes temporales. Tendríamos suerte si no nos cayera un cascote encima, un resto de la opulencia de los noventa cuando Gil se creía invencible alcalde de una ciudad sin Ley, o cuando Calatrava se convirtió en el arquitecto de cabecera de las ciudades que aspiraban a ser modernas. Y frente a sus chapuzas, (no hace falta saber de construcción para adivinar que en verano las juntas se dilatan por el calor y en invierno las fachadas sufren el ataque de la lluvia y el frío), tenemos edificios históricos que permanecen en pie con una honradez a prueba de sacrificios. Podríamos pensar que antes se construía con unos elementos que ahora no se utilizan cuando en realidad para “elementos” los chorizos que vendían un proyecto y luego recortaban en materiales. Lo importante era entregar la obra y a otra cosa, lo fundamental era que Gil o Camps se hicieran la foto inaugurando, de esa manera ya tenían medio cartel electoral.
Podríamos hacer un mapa con las ruinas modernas de España para promover un recorrido por las grietas más famosas que tenemos, y que por cierto pagamos en su día como si fueran la prolongación de La Alhambra de Granada. Si publicaran una relación monumento/coste se podría producir un estallido social porque la gente se daría cuenta de cómo se han reído de ellos los que aplaudían sonrientes el día de la inauguración.
Pongamos en marcha el proyecto “Adopte una ruina”, de esa forma podrá ser copropietario de un ladrillo desprendido, de una lámina que voló, de unos mosaicos que se soltaron sobre la cabeza de unos turistas que iban de visita cultural. Adoptar es una forma de mecenazgo que permite tener controladas esas obras que de otra manera un día cualquiera nos podrían dar un disgusto al desmoronarse por completo. Si tenemos la mala suerte de estar debajo sería como si nos cayera la discografía completa de Ray Conniff, un autor también muy de moda en aquellos años en los que todo fue gratis total.

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