Por amor al arte

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Estimada Fundación… Juan March, cualquiera que tenga memoria y antigüedad suficientes en el censo reconoce que cuando en Madrid no existían ni el museo Thyssen, ni el Reina Sofía, para ver cuadros originales había que acercarse a la calle Castelló. Por la Fundación han pasado desde dibujos de Rembrandt y Durero a piezas traídas del Petit Palais parisino. En cualquier momento del año puedes encontrarte con un Kandinsky de cerca o con obras del museo de Wupertal en un continuo trajín de las artes. En aquella época en la que para ver un cuadro extranjero tenías que mirar la lámina de un libro, la Fundación era un rompeolas en la secarrona cultural de Madrid, ciudad que salía de la pereza de la dictadura para adentrarse en los laberintos de la modernidad.Cada tarde da cobijo también a la música que retransmite Radio Clásica; estos días se dedican a Luigi Boccherini, ese italiano que pasó cuarenta años de su vida aquí como adelantado de la movida madrileña. Y aquí murió tratando de hacer lo posible por seguir vivo. El Madrid del XIX debió estar cargado de emociones fuertes.
Además de la música y la pintura, las becas son otra de las joyas de la corona de la Fundación, numerosos jóvenes han podido acabar sus estudios gracias a esos complementos económicos que se conceden a los talentos privilegiados para que no terminen en un camino perdido. Al mecenas hay que reconocerle los méritos para que continúe en la labor de ayuda a la causa cultural. A lo largo de estos 30 años ni ha bajado la calidad ni ha descendido el entusiasmo; aún hoy y con la competencia que existe, la Fundación Juan March es una referencia activa. Y todo por amor al arte, porque lo habitual en el rico es la tacañería y no el entusiasmo por la cultura, y por supuesto menos aún en el nuevo rico que considera a la cigala de Puerto Banús como el mayor tesoro que su paladar alcanza.

La especulación del suelo y las tentaciones por construir en el Barrio de Salamanca no se han dado con la sede de la Fundación que bien podría haber emigrado a otros puntos. Por lo tanto, los madrileños le debemos una gratitud de fidelidad con la causa ciudadana; para un especulador de suelo no hay otro arte que no sea el del ladrillo. En todo este tiempo la Fundación ha resistido las tentaciones de la carne y del cheque, ha soportado los cantos de sirenas vestidas de Dior. Incluso sin ofenderse ante los que pronuncian Marx en lugar de March; quede claro que son marchistas y no marxistas. O en todo caso marxistas pero de Groucho.

Compartir:

Etiquetas: ,

Deja una respuesta

*