Doña Leti de los hielos

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

ME había comprado un aparato de contar olas de frío pero se estropeó porque no estaba hecho para soportar tanto meneo de frigorías, así que ya no sé si estamos en ola o en valle, si son coletazos o prolegómenos, si son galgos o podencos cervantinos. Lo que me ha pasado es el colmo del muñeco de nieve: que se te congelen los mocos. Y miro alrededor y tampoco logro encontrar un gramo de cariño que deshiele: la política está turbia, la sociedad mosqueada, el mundo cojo, Bush es muy desagradable y para colmo Amenábar luce poco el Oscar. A este chico parece que le han dado un premio de rasque y gane en el supermercado del barrio, los premios de cine si no se envuelven en glamour son como pisapapeles de ministerio. Allá donde no hay túnel o agujero se encuentra un diálogo de sordos, o un acuerdo imposible, o unas ganas locas por mentar la familia del contrario. España ha pasado de estar lleno de vecinos a plagarse de contrarios, será por eso que cada vez hay menos gente que salude en el portal o que sonría en el autobús. Me resisto a pensar que la vida sea un laberinto de trampas donde pides agua y te dan hiel para luego desenvocar en un valle de lágrimas donde huele fatal porque todo el mundo se ha quitado los zapatos. Hasta las hormigas sueñan con tener alas y ser un día mariposas, hay que aspirar a lo máximo para conseguir una pequeña cuota de felicidad, (y que dure lo que haga falta, no seamos tan mezquinos para creer que los cuentos de hadas tienen un número ilimitado de páginas). Entre los hielos del invierno que amenazan con ser nieves perpetuas me encuentro con la lozanía de la Princesa de Asturias que está en todas partes y dando lustre al apellido de princesa. Ella que es periodista, por lo tanto compañera, conoce cómo somos en el oficio, así que no creo que le extrañe la fijación que le han tomado. Se ha escrito de su extremada delgadez, de su mirada triste; nada de eso parece cierto. Doña Leti es una princesa al estilo de Joaquín Sabina, llena de encanto, muy alejada de esas candidatas criadas para dormir un día en palacio, es tan “real” que por eso le queda bien un príncipe al lado. Si los norteamericanos insisten en la idea de que cualquier ciudadano de su país puede aspirar a la Casa Blanca, con doña Leti hemos aprendido que cualquier chica que haya comido fabada puede tornar su sangre en azul. Los monárquicos de toda la vida se apuntan a la conspiración de la dieta pero a mí esta señora, princesa por amor, me parece un ejemplo de cómo ser feliz y parecerlo. Va siempre con la actitud de una joven que acude con su novio a un concierto de rock aunque le toque ir vestida para un desfile militar. Su vigor de lustre a una reliquia como es la monarquía, ella es el punto cálido en este calendario de días fríos y cielos bajos.

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