El manta del automóvil

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Amigo que quieres vender un coche en la calle: nos han fastidiado a los dos. A ti porque no te van a permitir anunciar las maravillas de tu bólido y a mí, porque debo ser el único ciudadano que se lee todo lo que dicen los carteles de venta. La literatura de cartelito me produce una gran emoción. Primero, por el diseño, luego por las horas que se echan pensando en el texto y, finalmente, por el mensaje. Vender una burra coja como si fuera un deportivo de importación tiene mucho arte y esta ciudad es experta en colar trolas a módico precio, la cultura del Rastro marca mucho. Me fascina cuando dice «duerme en garaje», ahí me lo imagino tapado con una mantita de lana. El colmo del paroxismo es cuando leo «me venden» como si el coche hablara para dar pena, y ya si incluye alguna falta de ortografía soy capaz de arañarme la cara de la emoción.
Sucede (no lo digo por usted que es vendedor ocasional) que hay mucho listillo que ocupa asfalto con un verdadero negocio paralelo.Y el Ayuntamiento, que no es tonto, se ha coscado del top auto, del manta del automóvil que se produce en calles, a las que sólo les falta cambiar el nombre por el de una marca de coches. Y, por lo tanto, van a prohibir que algunos pasen por humildes particulares cuando en realidad enmascaran un negocio que no paga impuestos.No creo que haya madrileño que tenga la imperiosa necesidad de desprenderse de cinco coches a la vez, salvo que sea un concursante del Un, Dos, Tres, (pero hace tanto tiempo que se acabó el programa, que no es posible). Ahí entra el razonable mosqueo de los concesionarios oficiales que trabajan dentro de la legalidad. Aunque, eso sí, abandonando todo tipo de literatura entorno al coche usado, algo que es lamentable.

Su coche no puede ser el toro de Osborne plantado en un mismo sitio porque las vías públicas son de todos y nadie puede hacerse una parcelita en un rincón de Madrid. Hay algunos que dejaron el coche cuando Franco tenía flebitis y todavía no han pasado a quitarle el polvo. Si repasa sus fotos de primera comunión, verá que ya entonces estaban aparcados frente al portal de su casa. Llenando las calles de coches forrados con carteles de venta también se contribuye a una contaminación visual. Primero fueron a por los luminosos horribles que estropeaban la mirada, sobre todo los de depilaciones y callistas (con juanetes fluorescentes) y ahora van a por los ilegales de las cuatro ruedas. Aunque la literatura popular se resienta.

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