Cuestión de piel

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Estimados padres de familia: la Comunidad de Madrid, previa consulta a las más altas magistraturas, se ha puesto de su parte en el conflicto del piercing de sus hijos: «¡Niño que no y se acabó!».Al menos mientras sean menores de edad y dependan de la custodia familiar. El asunto había llegado tan lejos que algunos chicos se gastaban más en ferretería que en ropa, horadándose las partes blandas de su anatomía hasta el límite de un faquir. No quiero extenderme en la descripción del proceso, pero en las escrituras sagradas con menos ya te hacían mártir, no era necesario llegar a tanto: agujas que abren surcos, marcas a fuego, hierros incandescentes, bisturís afilados. Eso se acabó mientras el niño sea niño; cuando cumpla la mayoría de edad es libre para dejar de ser adulto y convertirse en caja de herramientas. Hasta los gusanos se transforman en algo más agradable.
Todas las edades han tenido un punto rebelde, lo que pasa es que cada generación tiene que adoptar una seña de identidad que la distinga de las anteriores. Se trata de un proceso iniciático hacia la madurez de forma inconsciente; los que hayan visto muchas películas de sioux lo entenderán a la primera: consiste en pintarse colores de guerra. Quizá en su generación lo rompedor fueron los pantalones campana tipo Travolta, y en la anterior el pelo largo y un novio inglés, y en la anterior fumar por la calle.Lo del piercing es lo que toca hoy. La Comunidad trata de evitar que se haga negocio con la salud de los adolescentes y que éstos no sufran las consecuencias de por vida. Su madre se liberó de tener que reivindicar su causa generacional al dejar de ir sentada de lado en una vespa, y su padre en cuanto se quitó los pantalones campana; ninguno de los dos tuvo mayores consecuencias salvo la coña cuando enseñan el álbum de fotos familiar. En cambio, sus hijos horadados llevarán de por vida la marca que le hizo un matarife para ponerle un anillo de watusi en el esfínter nasal.

Corta parece que se queda la Comunidad de Madrid. Ya puestos a regular el conflicto intergeneracional, debería crear doña Esperanza una Consejería de Adolescentes con una dirección general de Mis primeros granitos, otra de Mis padres no me entienden y una tercera de No sé por qué no puedo hacer fiestas en casa, ¡jó!. O nos ponemos en serio o para ese viaje no hacían falta alforjas. Solucionado este conflicto que nos tenía tan preocupados vayamos ahora a buscar remedio a otros parecidos, la maquinaria de la educación debe permanecer alerta.

Compartir:

Etiquetas: ,

Deja una respuesta

*