¡Qué verde era mi Open!

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

A Tiger Woods no se le conoce otra sonrisa que no sea la de la victoria, ayer tardó en hacerlo, fue justo cuando su madre cambió la pierna de posición en la silla. Hasta ese momento Woods era un obrero del golf con el mono de trabajo y mamá una espectadora de escayola. Es posible que la estética ayude en estos casos, él era el único vestido para ganar: con un chaleco antienvidias que le daba un aspecto de Denzel Washington en misión secreta del Pentágono. Por su parte Olazábal llevaba un jersey amarillo para triunfar en un concierto de los Hombres G (hizo lo que pudo contra el Titán) , y Colin Montgomerie iba de secundario de La Casa de la Pradera, (su aspecto de bonachón le sitúa directamente en la barra del bar, con una pinta en la mano, narrando cómo aquella bola no botó como debería).
El Abierto Británico es un festival para los ojos, un lugar de estética imbatible donde el público se apasiona como si Raúl fuera a tirar un penalti en el Bernabéu. El old course de Saint Andrews es la demostración palmaria de que Inglaterra es la cuna de la democracia: todo tan ordenado, tan apropiado, hasta la gaviota (o avutarda real), piaba a su debido tiempo. Y para un espectador que osó sacar su máquina con flash, Woods le recriminó para que luego el resto del público le abucheara con cortesía parlamentaria. El golf es el único deporte en el que un jugador puede poner al respetable en su sitio: detrás de una cuerda o en la copa de un pino. Mientras que el Tour de Francia muestra un país desde el aire cargado de historia, castillos y carreteras románticas, el campo de Saint Andrews es una evocación permanente a los fotogramas de Elia Kazan en Esplendor en la hierba, un lugar paradisiaco donde sólo falta Natalie Wood y un diligente mayordomo cruzando la pradera con una bandeja de té (quemándose sin duda las yemas de los dedos pero embutido en su flema británica que le prohíbe quejarse jamás). Para nuestra desgracia, en España, no podemos lucir campos tan históricos, ni carreteras tan hermosas.Ya llegará la Vuelta Ciclista a mostrar nuestros secarrales y rastrojos quemados por las distintas parabólicas mundiales. No tenemos ni el verde, ni el mayordomo, ni el castillo con fantasma.La Casa Club de Saint Andrews debe haberla construido el mismo arquitecto que hizo la mansión de Psicosis.

Tiger hizo lo que ponía en su papel: ganar. Tan clara estaba la cosa que el grabador de la bandeja de plata, un octogenario y diligente artesano, se colocó su monóculo de sexador de pollos para inscribir el nombre del jugador norteamericano mucho antes de que los jueces cantaran victoria. Entonces Tiger se quitó la gorra e invitó a Olazábal a desmonterarse en gesto taurino de complicidad (somos del mismo sindicato). El resto se puede adivinar mirando su amplia, combada y profunda sonrisa. Y eso que por la mañana habían dicho que estaba acabado, ahora el profeta le ha alquilado una madriguera a un topo para pasar las vacaciones en el old course.

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