El hombre más envidiado de España

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Desde que apareció aquella foto en la que chapoteaba juegos eróticos agarrado a la cadena de un barco, en la grata compañía de Maria Eugenia Martínez de Irujo (MEMI), Gonzalo Miró se convirtió en el prototipo de español más envidiado. Mucha gente se preguntó desde cuándo no le cogían la cintura en alta mar con la fuerza de un pulpo y los cariños de un delfín, cuántos llevan años sin sentir el cariño en aguas profundas. No le ha hecho falta nacer en noble cuna, ni opositar a un rancio cuerpo del estado, ni salir en Operación Triunfo, ni estudiar con una beca en el extranjero. Así de simple: con dos narices y su palmito se convirtió en el hombre de moda. Me consta que la semana pasada en Nueva York se topó con un grupo de españolas que le acosaron con fotos y peticiones de autógrafo, le trataban como si fuera un torero de Ronda. Gonzalo Gigoló ha pasado del anonimato adolescente a tener que lidiar con las pasiones como si fuera Julio Iglesias en los tiempos de sol y tordas.
Tiene mérito porque no viste como Arturo Fernández, ni redecora su vida como el duque de Lugo. Gonzalo Miró ha asaltado la valla de la casa de los Alba, el Palacio de Liria, sin enfundarse un traje cruzado de raya diplomática sino en chanclas y no para pedir la mano (esa parte se la tiene muy vista). El amor por las marquesas en el siglo XXI no respeta normas ni protocolos, con toda naturalidad puede llevar la música de Sabina por los salones donde trasnochaba Goya. Su vida profesional es una incógnita con puntos suspensivos, va para Spielberg pero todavía está por demostrar si se dedicará al cine histórico o prefiere el video-clip, una técnica narrativa que consiste en desguazar la realidad en fotogramas trepidantes.
Su verano ha sido de escándalo, con más gozos que sombras, de cuchicheos y escapadas. Allá dónde había pasión ha estado, y luego dirán que ha subido la temperatura de las aguas del mediterráneo. A su manera es un tres en uno que viene a engrasar las viejas costumbres de la aristocracia española: pule, fija y da esplendor. Igual actualiza una puerta roñosa que el corazón de una dama. Dirá Gonzalo, como Quevedo que ?allá donde esté la mujer está mi trabajo?, y MEMI podrá aplicarse el verso de ?dichoso es cualquier casado/ que una vez quedó soltero?. Ponerle pasión al calendario es lo único juicioso que puede hacer uno si no quiere convertirse en un ficus.
A falta de grandes premios, el español más envidiado pasea bajo palio, es decir: rodeado de cincuenta cámaras en un homenaje descomunal al amor mezclado con la tecnología japonesa. Ellos dos viven su particular burbuja de placer mientras el mundo se desmorona que dirían en ?Casablanca?.

Compartir:

Etiquetas: ,

Deja una respuesta

*