El lector franco

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

En memorable entrevista de Jaime Peñafiel al marido de Carmen Martínez Bordiu, hemos sabido que José Campos apenas ha leído libros en su vida y es un ciudadano consorte, con-suerte, orondo, español y sentimental. El marido de la nietísima soluciona el conflicto del hombre feliz, en realidad no es que usara (o no) camisa, en verdad no había leído un puñetero libro en su vida. Si un pesimista es un optimista bien informado, un iletrado es un lector que no adquiere compromiso, ¿para qué leer un libro si no se tiene la madurez suficiente? Decía un personaje de Amanece que no es poco, la película de José Luis Cuerda: «¡Cuántos grandes libros se han echado a perder por leerlos mal!», por lo tanto lo que hace este señor es no estropear la cultura y adelantarse unos cuantos años a las distintas reformas de la Ley de Educación. Dentro de poco apenas habrá gente que lea libros, por lo tanto llevará razón.
En su caso lee la Historia en primera persona sobre la piel de quien ama. Dice que tiene una noción difusa de Franco, (justo eso era lo que quería transmitir el dictador), pero que le parece una gran persona. Tampoco iba a negarlo, lo raro hubiera sido que Carmen se hubiera casado con un nieto de Bakunin, aunque ya se sabe lo divertido que puede ser un anarquista cuando ha pasado tres semanas en Ibiza. De haber vivido aquel señor bajito, la boda se hubiera celebrado en El Pardo, pero allí ahora sólo se dan cita los grupos de turistas y las damas que convoca la vicepresidenta para hacer pandi con la Bachelet. Ni rastro de la Guardia Mora, ni huellas de aquella familia que con mano firme guió el pulso de España durante 40 largos y monótonos años. Incluso es posible que algún vigilante jurado, ajeno a lo que fueron aquellas tradiciones, si encuentra una bombilla la apague, (sin tener en cuenta aquello de que siempre estaba encendida una lucecita en El Pardo, era la conciencia del Movimiento que nunca dormía).

Peñafiel le ha hecho una entrevista que es una autopsia, un rajar por el ombligo hasta la sesera. Le ha metido pluma que es bisturí de inteligentes y se ha tropezado con la noticia: el hombre que hace feliz a la nieta de Franco, no lee un pimiento. ¿Y qué más da?, quizá ella le ama porque no le da la murga con los presocráticos, ni con la literatura alemana del XIX. Se aman porque para ellos los escaparates de las librerías son tan extraños como los de las joyerías para los poetas. Han llegado a la tierna edad del amor que aparece desnudo, igual que la poesía, y que engancha a un Premio Nobel o a cenutrios que repiten curso. José Campos es el hombre de moda, aquél que en la hamaca de la exclusiva sostiene un libro al revés en un idioma que no entiende, por un autor que jamás descubriría en una ronda de reconocimiento. Lo de menos es su contenido, lo importante es que le da sombra en la cara. Ya habrá tiempo para leer, otro día, otra vida. Sin duda que es de verdad un hombre «franco».

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